Páginas

venres, 25 de novembro de 2011

LA CONJURA DE LOS NECIOS


O club de lectura de nais/pais deleitámonos onte con esta inclasificable novela.

La conjura de los necios  foi unha obra rexeitada  por moitos editores en vida do seu autor. Rexeitada e esquencida durante moito tempo, o empeño da nai do seu creador, Thelma Toole,  conseguiu que se publicara e mesmo acadou o premio Pulitzer no ano 1981. 
Esta novela non é so un libro divertido, é moitísimo máis. Trátase dunha farsa descomunal, grandiosa, pero tamén triste, tráxica. A traxedia está no corazón do noso lunático personaxe e as súas aventuras, pero está tamén no propio autor do libro.

John Kennedy Toole crea a Ignatius Reilly (intelectual, ideólogo, gorrón, folgazán, glotón)  e recrea unha particular Nova Orleáns: as súas ruelas, os seus bairros apartados, as súas peculiaridades lingüísticas,... e un negro co cal  Toole logra un soberbio personaxe cómico, de enorme talento e habilidade, sen caer nunha caricatura racista.
Ignatius vive en  violenta rebeldía contra toda a edade moderna, tumbado na cama, co seu camisón de franela, no cuarto do seu fogar da Rúa Constantinopla de Nova Orleáns, enchendo e  enchendo cadernos e cadernos con  vituperios entre xigantescos accesos de flato e eructos.

            Estas son  algunhas das “ocurrencias” de Ignatius:

—¿Acaso la tarea del departamento de policía es acosarme a mí cuando esta ciudad es la desvergonzada capital del vicio del mundo civilizado? —atronó Ignatius, por encima del gentío que había frente a los grandes almacenes—. Esta ciudad es famosa por sus jugadores, prostitutas, exhibicionistas, anticristos, alcohólicos, sodomitas, drogadictos, fetichistas, onanistas, pornógrafos, estafadores, mujerzuelas, por la gente que tira la basura a la calle, por sus lesbianas... gentes todas que viven en la impunidad mediante sobornos. Si tiene usted un momento, estoy dispuesto a discutir con usted el problema de la delincuencia; pero no cometa el error de fastidiarme a mi.

«Hombre limpio, muy trabajador, de fiar, callado». ¡Santo Dios! ¿Pero qué clase de monstruo quieren? Creo que jamás podría trabajar en una institución con semejante visión del mundo.

         Admiro el terror que son capaces de inspirar los negros en los corazones de algunos miembros del proletariado blanco y sólo desearía (ésta es una confesión muy personal) poseer la misma capacidad de aterrar. El que es negro aterra simplemente por serlo; yo, sin embargo, tengo que esforzarme un poco para lograr el mismo fin.

         Sin embargo, no quiero presenciar el asqueroso espectáculo de la ascensión de los negros al seno de la clase media. Considero este movimiento una gran ofensa a su integridad como pueblo.

Lo que yo quiero es una buena monarquía, firme, con un rey decente, de buen gusto, un rey con ciertos conocimientos de teología y de geometría, y que cultive una Rica Vida Interior.


—Saca la navaja y acuchíllame —dijo Ignatius mientras Lana y Darlene entraban en el bar—. Arrójame lejía a la cara. Apuñálame. Jamás comprenderías, claro, que fue mi interés por los derechos civiles lo que me llevó a convertirme en un vendedor de salchichas tullido. Perdí un puesto de trabajo excelente por mi actitud respecto a la cuestión racial. Estos pies destrozados son el resultado indirecto de tener una conciencia social sensible.

—¿Ignatius, no crees que quizá fueses más feliz si te tomases una pequeña temporada de descanso en el Hospital de Caridad?
—¿Te refieres por casualidad al pabellón psiquiátrico? —preguntó furioso Ignatius—. ¿Crees que estoy loco? ¿Crees que algún psiquiatra estúpido debería sondear en el funcionamiento de mi psique?
—Podrías descansar, cariño. Podrías escribir cosas en tus cuadernitos.
—Intentarían convertirme en un subnormal enamorado de la televisión y de los coches nuevos y de los alimentos congelados. ¿No comprendes? La psiquiatría es peor que el comunismo. Me niego a que me laven el cerebro. ¡No seré un robot!

Ningún comentario:

Publicar un comentario